Para cuidar el corazón y alargar la
vida se recomienda beber una copa diaria de vino a cualquier hora del
día y sobre las comidas. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Según la Organización Mundial de la
Salud (OMS), las enfermedades cardíacas encabezan la lista de causas
de muerte en todo el mundo. Distintos estudios científicos han
demostrado que los habitantes de los países que siguen la dieta
mediterránea, y por tanto consumen vino en cantidades moderadas,
tienen un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Resultaba paradójico que los franceses
mostrasen altos niveles de colesterol, (debido al consumo de
mantequillas, natas y quesos) y, sin embargo, presentaran una
mortalidad baja por problemas de corazón. A este hecho se le llamó
" la paradoja francesa". Más tarde, se observó que los
franceses a diferencia de los habitantes de los países nórdicos
tomaban en las comidas una copa de vino tinto.
Hoy sabemos que el tanino de los vinos
tintos (cuando se practica un consumo moderado), ayuda a mantener más
limpias nuestras arterias, contribuyendo a evitar enfermedades
cardiovasculares. Asimismo, recientes estudios han demostrado que el
resveratrol, una sustancia que se encuentra en la piel de la uva
negra, puede ayudar a retrasar el envejecimiento y prevenir
enfermedades geriátricas como el Alzheimer.
Pues resulta que el vino tinto tiene
polifenoles y flavonoides, y éstos serían los factores que le dan
ese poder antioxidante. En las uvas, los flavonoides se
concentran en la piel (hollejo). Cuando los viñateros hacen el vino
tinto, le dejan la piel en el caldo a fermentar. En contraste, en el
vino blanco, el hollejo es removido. Como resultado el vino tinto
tiene niveles más altos de flavonoides que el vino blanco.
Hoy en día está
demostrado que el vino es un buen ayudante para nuestro corazón, pero no se queda ahí porque, además, el vino se recomienda en casos de anemia ya que
contiene medio miligramo de hierro y ayuda a la
absorción del hierro.
La moderación es la clave para obtener
beneficios del vino.
¿Y si no nos gusta el vino? Pues hay
otras opciones. Los flavonoides también se encuentran en
otros comestibles como las propias uvas, el té, las cebollas, ajos,
manzanas y cerezas.
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